Una nueva vida

El narrador e Irene se adaptan a su nueva vida con resignación y, curiosamente. un cierto entusiasmo. Aunque han perdido algunas cosas -esa botella de Hesperidina, el acceso a la biblioteca donde leer literatura francesa-, el nuevo orden ha simplificado sus obligaciones domésticas. La limpieza obsesiva y absorbente se reduce de forma drástica y ambos empiezan a vivir una suerte de ataraxia donde nada pasa y poco a poco, empezábamos a no pensar.
Ese no pensar permite aceptar el nuevos status quo, convivir con la ocupación de media casa, aceptar como normal y cotidiano la pérdida de la casa que es historia colectiva y personal, patria, en definitiva.

El relato aparece ya plenamente integrado en el campo de lo fantástico e incluso se muestra bordeando características del género de terror, un territorio que Cortázar conocía y admiraba pues había traducido la cuentística de Edgar Allan Poe. Lo incomprensible e inexplicado se integra en una realidad cotidiana aburrida, reconocible, de la que se subraya su argentinidad pues con ello se consigue dotarla de verosimilitud. Se nos habla de concretas ubicaciones espaciales y temporales -calle Rodríguez Peña, un cercano 1939...- pero igualmente importantes son los detalles anecdóticos que crean una atmósfera plenamente argentina: la fascinación por la literatura francesa, la pava y el mate que se ceba o la referencia a la Hesperidina, un aperitivo tradicional del país.

1 comentario:

Mario Bueno dijo...

Con Hesperidina y unos alfajores... se hace casi inevitable "dejar de pensar" en los problemas domésticos (incluso en éstos)