La densidad e intensidad del cuento exige con frecuencia un primer párrafo certero y preciso que ubique la acción y los personajes, unas pocas líneas que creen la atmósfera envolvente que permita al lector entrar en una espiral de lectura que no puede detener hasta el desenlace. Casa tomada, como tantos otros cuentos de Cortázar, tiene un inicio que responde a estas premisas: desde el pronombre inicial sabemos que nos habla una primera persona del plural y de su relación con una casa, una casa especial que es espaciosa y antigua y que, frente a lo que ocurre en el presente del relato, en el hoy, no sucumbe a lo económicamente ventajoso sino que resiste anclada en unos valores tradicionales. La casa antigua es, además, receptáculo de la memoria de ese nosotros, de su infancia, y ahí reside la historia -los recuerdos- de bisabuelos, abuelos y padres.
Esa casa que resiste, esa casa antigua, esa casa que es memoria, esa casa que guarda la infancia -y recordemos, con Rilke, cómo la verdadera patria del hombre es la infancia- va a ser tomada.
Esa casa que resiste, esa casa antigua, esa casa que es memoria, esa casa que guarda la infancia -y recordemos, con Rilke, cómo la verdadera patria del hombre es la infancia- va a ser tomada.
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