En este blog, elaborado en el marco del curso de la Universitat de Girona Maravilla, fantasía y absurdo en la literatura hispanoamericana, una propuesta que dirige con sabia mano el profesor Francisco Javier Rodríguez, intentaremo analizar los diversos elementos que componen uno de los cuentos más inquietantes de la producción de Julio Cortázar. Casa tomada es uno de aquellos relatos que trascienden el ámbito específicamente literario y se convierte en territorio de reflexión política, social e histórica. Ahondar en las causas de todo ello y entender cómo funciona tan admirable artefacto literario será algo que perseguiremos -verbo cortazariano por excelencia- en este blog.
Tomar la casa
Antes de empezar el análisis del cuento, una breve reflexión sobre el participio -tomada- que acompaña a la casa del título. Tomar aparece con el significado de ocupar o adquirir por expugnación, trato o asalto una fortaleza o ciudad -Drae dixit-, una forma verbal con una importante carga connotativa que nos hace pensar en empresas militares de antaño, cuando se tomaban las fortalezas y las ciudades tras largos períodos de asedio; en la memoria de la historia ha quedado, por ejemplo, la construcción la toma de la Bastilla para referirse al episodio de la Revolución Francesa en el que produjo el asalto popular contra la prisión que simbolizaba el poder absolutista. Casa tomada, ya desde el título, nos anuncia un asalto, una guerra, quizás; no es casual que una de las protagonistas del relato se llame Irene -en griego, la que ama la paz-.
El primer párrafo
La densidad e intensidad del cuento exige con frecuencia un primer párrafo certero y preciso que ubique la acción y los personajes, unas pocas líneas que creen la atmósfera envolvente que permita al lector entrar en una espiral de lectura que no puede detener hasta el desenlace. Casa tomada, como tantos otros cuentos de Cortázar, tiene un inicio que responde a estas premisas: desde el pronombre inicial sabemos que nos habla una primera persona del plural y de su relación con una casa, una casa especial que es espaciosa y antigua y que, frente a lo que ocurre en el presente del relato, en el hoy, no sucumbe a lo económicamente ventajoso sino que resiste anclada en unos valores tradicionales. La casa antigua es, además, receptáculo de la memoria de ese nosotros, de su infancia, y ahí reside la historia -los recuerdos- de bisabuelos, abuelos y padres.
Esa casa que resiste, esa casa antigua, esa casa que es memoria, esa casa que guarda la infancia -y recordemos, con Rilke, cómo la verdadera patria del hombre es la infancia- va a ser tomada.
Esa casa que resiste, esa casa antigua, esa casa que es memoria, esa casa que guarda la infancia -y recordemos, con Rilke, cómo la verdadera patria del hombre es la infancia- va a ser tomada.
Buenos Aires, Argentina, 1939
El relato, a pesar de su densidad diamantina, se entretiene en especificar que la acción se desarrolla en Buenos Aires, en una Argentina a la que no llegaba nada valioso desde 1939. Aunque no se especifica el momento en que se desarrolla la acción -el libro Bestiario al que pertenece fue publicado en 1951 y el relato que nos ocupa había sido escrito hacia 1947-, queda claro que ésta se enmarca entre estas dos fechas y por lo tanto entre la llamada Década infame y los años del gobierno de Juan Domingo Perón.
Una ubicación histórica tan precisa en un cuento que se va a desarrollar en el terreno de lo fantástico así como la ideología manifiestamente antiperonista del propio Cortázar justifican las muchas lecturas políticas que el relato ha desencadenado. Son oportunas y pertinentes, pero no las únicas posibles. La plurisignificación de la obra literaria permite múltiples lecturas, siendo igualmente válidas aquellas que van más allá de una determinadas coordenadas históricas. En todo caso, en su voluntad de situar el relato en un momento y en un lugar determinado y reconocible, una estrategia que va a permitir intensificar la verosimilitud del relato, le lleva a precisar que un ala de la casa da a la bonaerense calle Rodríguez Peña.
Matrimonio de hermanos
La descripción inicial de la vida en la casa es la evocación nostálgica de la cotidianidad feliz de los dos protagonistas, Irene y el narrador, dos hermanos que viven gozosos y en perfecta armonía en esa casa que es edén, arcadia y paraíso. Ambos persiten solos en ella, ajenos al mundo exterior, alejados de pretendientes que desparecen o mueren, ocupados en mantener una casa a cuya limpieza se dedican con esmero, método y rigor; en un paraíso completo, dos hijos del mismo padre viven alejados del mal. Adán y Eva.
Es un simple, silencioso matrimonio de hermanos que cierra una estirpe que se remonta hasta los tiempos de los bisabuelos y donde esperan morir. Ese incesto feliz entre los protagonistas se desarrolla en un mundo cerrado, impermeable al exterior, protegido por una invisible campana de cristal, una suerte de enorme acuario doméstico donde se pasan las horas, los días y los años.
Irene, que teje y desteje sus chalecos, nos remite de forma evidente a la figura de la homérica Penélope; como ella, la habitante de la Casa parece querer retener el tiempo en ese ejercicio doméstico.
El plano de una casa
¿Cómo es la casa del relato? ¿No es ella la verdadera protagonista del relato? El narrador nos describe con minuciosa precisión las diversas estancias de la casa y para nosotros, los lectores, resulta imprescindible saber movernos por ella para captar la atmósfera de la ficción. Una inminente estudiante universitaria, Adela Geli, nos ha elaborado un plano posible de la Casa tomada; un magnífico trabajo que nos permite movernos por la casa con una inquietante seguridad fijándonos en los múltiples detalles que la componen.
El asalto
Fue simple y sin circunstancias inútiles. Así se produce el asalto a la casa, el inicio de la toma; el narrador explica desde la cotidianidad -cuando calienta la pavita, el recipiente donde se hierve el agua para preparar el mate- cómo percibe una extraña presencia -un sonido sordo, un ahogado susurro- en el ala posterior de la casa, en la biblioteca o en el comedor. Ante esa percepción, la acción es inmedita: se abalanza hacia la puerta de roble y la cierra a cal y canto. La invasión ha empezado pero ha conseguido ser detenida. Cuando pocos instantes después el narrador, tras acabar de preparar el mate, explica a su hermana la nueva situación, ambos reaccionan con normalidad, sin sorpresa, con un cierto fatalismo.
El elemento más desconcertante es, precisamente, esta falta de pasmo. Nosotros, como lectores, queremos saber qué ha pasado. Los personajes no. Lo importante para ellos no es explicar el porqué sino adaptarse a las nuevas circunstancias y preservar su pax burguesa, su labor, sus chalecos su mate y su pava.
El elemento más desconcertante es, precisamente, esta falta de pasmo. Nosotros, como lectores, queremos saber qué ha pasado. Los personajes no. Lo importante para ellos no es explicar el porqué sino adaptarse a las nuevas circunstancias y preservar su pax burguesa, su labor, sus chalecos su mate y su pava.
Una nueva vida
El narrador e Irene se adaptan a su nueva vida con resignación y, curiosamente. un cierto entusiasmo. Aunque han perdido algunas cosas -esa botella de Hesperidina, el acceso a la biblioteca donde leer literatura francesa-, el nuevo orden ha simplificado sus obligaciones domésticas. La limpieza obsesiva y absorbente se reduce de forma drástica y ambos empiezan a vivir una suerte de ataraxia donde nada pasa y poco a poco, empezábamos a no pensar.
Ese no pensar permite aceptar el nuevos status quo, convivir con la ocupación de media casa, aceptar como normal y cotidiano la pérdida de la casa que es historia colectiva y personal, patria, en definitiva.
El relato aparece ya plenamente integrado en el campo de lo fantástico e incluso se muestra bordeando características del género de terror, un territorio que Cortázar conocía y admiraba pues había traducido la cuentística de Edgar Allan Poe. Lo incomprensible e inexplicado se integra en una realidad cotidiana aburrida, reconocible, de la que se subraya su argentinidad pues con ello se consigue dotarla de verosimilitud. Se nos habla de concretas ubicaciones espaciales y temporales -calle Rodríguez Peña, un cercano 1939...- pero igualmente importantes son los detalles anecdóticos que crean una atmósfera plenamente argentina: la fascinación por la literatura francesa, la pava y el mate que se ceba o la referencia a la Hesperidina, un aperitivo tradicional del país.
Ese no pensar permite aceptar el nuevos status quo, convivir con la ocupación de media casa, aceptar como normal y cotidiano la pérdida de la casa que es historia colectiva y personal, patria, en definitiva.
El relato aparece ya plenamente integrado en el campo de lo fantástico e incluso se muestra bordeando características del género de terror, un territorio que Cortázar conocía y admiraba pues había traducido la cuentística de Edgar Allan Poe. Lo incomprensible e inexplicado se integra en una realidad cotidiana aburrida, reconocible, de la que se subraya su argentinidad pues con ello se consigue dotarla de verosimilitud. Se nos habla de concretas ubicaciones espaciales y temporales -calle Rodríguez Peña, un cercano 1939...- pero igualmente importantes son los detalles anecdóticos que crean una atmósfera plenamente argentina: la fascinación por la literatura francesa, la pava y el mate que se ceba o la referencia a la Hesperidina, un aperitivo tradicional del país.
La toma
De golpe, de igual manera como se había producido la toma del ala posterior de la casa, la invasión llega al ala delantera; primero es un ruido en la cocina o el baño percibido dese los dormitorios de los hermanos, ruidos ya instalados de este lado de la puerta de roble. A partir de ese momento, sólo es posible la huida precipitada, escapar hasta cruzar la puerta cancel y comprobar que han tomado esta parte.
Las lecturas
Un texto como Casa tomada se presta a múltiples lecturas siendo tan pertinentes y válidas las políticas -que el propio Cortázar aceptó como posibilidad- como las psicológicas; son posibles en la medida en que el texto se mueve en el terreno de lo ignoto y lo desconocido y, por lo tanto, deja abiertos diversos interrogantes. El más importante: ¿quién toma la casa? La respuesta es imposible de formular por la sencilla razón de que esta falta de respuesta es la clave del relato. El cuento de Cortázar es inquietante y desazonador porque no sabemos nada, ni quiénes toman la casa ni por qué lo hacen, porque entramos de ello en el terreno de lo no racional, de lo onírico, bordeamos lo surrealista y entramos también en el territorio del mito.
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